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divendres, 25 de novembre del 2011

Nuestra Intimidad


En ocasiones escuchamos, que una de las cosas que preocupa al ciudadano, (en esta época de comunicación electrónica), es la protección de su intimidad:  
«Es algo terrible», te dicen, «que nos puedan pinchar el teléfono, que nos lean los correos o nos miren el perfil y las fotos del Facebook, sin autorización ».
Esto último es como si alguien va desnudo por la calle tocando un bombo preocupado por si lo miran.
Decir que la sociedad “sobrevalora el valor de su intimidad”, no deja de ser un acto de soberbia, porque la intimidad de la mayoría de nosotros, solo tiene valor para nosotros mismos.
Estamos acostumbrados a escuchar que fulano (un famosete) es “muy celoso” de su intimidad, (expresión favorita de muchos invitados a programas de televisión), y pienso yo, si es tan “celoso de su intimidad” ¿Que coño esta haciendo, yendo a un programa de televisión a explicarla?
En estos programas, lo que hacen precisamente, es obligarnos a ver, tanto si queremos como si no, la intimidad del personaje que presentan.
Cierto, que tenemos la posibilidad, de seleccionar, se llama mando remoto, y con él podemos ir variando entre las intimidades de Belén Esteban y compañía, o las de una leona.
Quisiera referirme, no tanto, a las teatrales exhibiciones de intimidad comprada por los programas de televisión, ni a los posibles espionajes electrónicos, sino a la relajación que nosotros mismos hacemos de la preservación de nuestra intimidad cotidiana.
Supongo que habréis leído en la prensa (hace unos meses), que en un autobús nocturno que hacía el viaje de Málaga a Madrid, un viajero estaba hablando por teléfono móvil con un amigo suyo, explicando, que se había tenido que marchar deprisa y corriendo de Málaga porque la noche anterior “andaba muy tomado, y le dio un navajazo a un tipo y lo había matado”.
Por casualidad en el asiento del otro lado del pasillo estaba sentado un policía de paisano, libre de servicio, que hacía el mismo viaje.
Este cogió su teléfono móvil y mandó un mensaje a su superior en Madrid.
Como que en el autobús, todos los viajeros (exceptuando el conductor, supongo), o bien hablaban por móvil o enviaban mensajes o estaban jugando con alguno de los juegos del móvil, la actitud del policía no levantó ninguna sospecha.
Al ser el viaje largo, al policía le dio tiempo de explicar todo el asunto, a sus superiores, y a éstos, a preparar el adecuado comité de bienvenida por el asesino, en la estación de autobuses de Madrid.
Del mismo modo que ese “tipo” (por llamarlo de alguna manera), no era en absoluto, consciente de que lo estaban escuchando, no un policía, sino cualquier persona que estuviera cerca y por eso dio los detalles que permitieron su detención, el resto de la gente tampoco es consciente de que está explicando un problema de su hijo a un amigo o, si su hija pequeña se toma el “Colacao” cuando pasa la noche en casa de la abuela.
Están exponiendo su intimidad en público, tanto o más que Belén Esteban, pero eso sí, sin cobrar.
¿Os habéis fijado que al viajar en cualquier transporte público, poder escuchar las conversaciones de los que viajan con nosotros?
Recuerdo que antes, estas conversaciones se hacían en voz queda, pero ahora, no hay ningún reparo en hacerlas en voz alta, sin importarnos si nos escuchan o no.
En el metro, le dije a una señora que por favor, fuera un poco más respetuosa con “SU” intimidad. (Sinceramente me importaba un rábano, los juegos “malabares” que le hiciera el novio, la tarde anterior)
Me envió a .....(Os lo podéis imaginar).
Con mucha más gracia que yo, en una situación parecida, leí la anécdota de un columnista que viajaba en el AVE a Madrid y que se vio obligado a escuchar los problemas de un viajero que hablaba por teléfono móvil.
Una vez acabada la conversación, se dirigió a él y se lo dijo:
“Puesto que usted ha tenido usted la amabilidad de hacerme partícipe de sus problemas, me veo en la obligación de aconsejarle que.....”
No tengo una solución, porque básicamente el que este libre de pecado que tire el primer “móvil”, pero de momento yo he optado por un MP3 y unos cascos.
Aunque en ocasiones ni el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven a todo volumen, es capaz de tapar la conversación por el móvil que tiene lugar en el asiento de al lado.

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